En el fluir del Tao, todo llega a su tiempo, sin prisa ni resistencia. La lluvia cae sin pedir agradecimiento; el árbol da sombra sin exigir reconocimiento; el río fluye hacia el mar sin esperar aplausos. Así obra la naturaleza: en silencio, sin juicio, sin necesidad de ser vista.
Pero el hombre, al separarse del camino, olvida esta verdad. Se enreda en el deseo, en la exigencia constante, y deja de ver el valor de lo que simplemente es. Cree que merece todo y que nada le es dado. Cuando la gratitud desaparece, el corazón se endurece, y el alma pierde su raíz en el presente.
La falta de gratitud no es un mal hacia el otro, sino una herida en uno mismo. Quien no agradece no reconoce la interdependencia de todas las cosas. Vive como si caminara solo, ignorando que cada paso es sostenido por la tierra, que cada aliento es un regalo del cielo.
Lao Tsé dijo: "Conocer la suficiencia es riqueza. Mantenerse humilde es permanecer cerca del Tao."
Quien agradece no se rebaja; se eleva. Quien reconoce lo que tiene, se armoniza con el fluir de la vida. La gratitud no es una moneda que se da a cambio; es un modo de ver el mundo, una manera de recordar que nada nos pertenece, y sin embargo, todo nos ha sido dado.
Regresar al Tao es regresar a la sencillez. Y en la sencillez, florece la gratitud.