jueves, 10 de julio de 2025

El espíritu del valle devuelve el eco

EL ESPÍRITU DEL VALLE DEVUELVE EL ECO

La campana grande que tocamos al comenzar zazen se puede tocar de dos maneras; con el ego o con el oído. Tocar con el ego es cuando te sientas en seiza delante de la campana, “sabes” que hay que tocar una serie de golpes, cinco o seis, y golpeas la campana con el mazo desde lo que “sabes que hay que hacer”. Al tocar así sueles precipitarte, tienes prisa, no suena bien… eso es lo que Dogen llamaría “confirmar los fenómenos desde el ego”. 

Tocar con el oído es golpear la campana con el mazo y escuchar, escuchar cómo se expande el sonido, como desciende el volumen y cómo aparece una vibración más grave que ondula suavemente. Entonces el mazo vuelve a golpear la campana un poco más suave, armonizando con la ondulación del sonido grave, y vuelves a esperar a que el sonido se expanda… Eso es lo que Dogen llamaría “confirmar el ego desde los fenómenos”.

 “Estar aquí y ahora”, “aceptar las cosas como son”… eso no son más que ideas precocinadas del Zen que solo sirven para enriquecer a los escritores de libros de autoayuda. La cuestión es abrirse al mundo, abrirse a los fenómenos del mundo, abrir las ventanas de nuestros sentidos, estar en contacto con lo que ocurre a nuestro alrededor, sin deformarlo con nuestra idea sobre cómo deben de ser las cosas.

Durante zazen ves todo sin mirar nada en particular, es una mirada vacía. Si te encierras mucho en ti mismo durante zazen, siempre puedes volver a abrir la ventana de los sentidos para volver al flujo de experiencia del momento, prestar atención.

En el Hannya Shingyo cantamos:
“En Ku (vacuidad, zazen) no hay ojo, ni oreja… ni color, ni sonido…”
Evidentemente que durante zazen, cuando se calma la mente y te mantienes en el samadhi de zazen, sí hay luz que llega a nuestra retina, si hay vibración sonora que llega a nuestro tímpano… Pero están vacíos ¿de qué? Vacíos de expectativas, de interpretaciones personales, la luz en ese momento es solo luz, el sonido en ese momento es solo sonido, no hay interpretación, es solo lo real que aparece sin duración en el tiempo.

Algo similar ocurre con los golpes del mazo contra la madera al final de zazen. Puedes estar esperando esos golpes, pensando en ellos, pensando en que son muy lentos y que tienes ganas de que acabe zazen porque estás luchando contra el dolor, o el cansancio, o el sueño… O puedes olvidar todo eso, dejar caer mente y cuerpo, y dejar que el sonido suene sin más, entonces el golpe es un golpe en nuestra propia mente, no hay separación entre tú y el sonido… Los órganos de los sentidos son la puerta del Dharma. Deberíamos de experimentar con esto en el dojo y fuera del dojo.

En la tradición Zen hay muchas historias que relatan cómo un sonido, un golpe, el chasquido de los dedos, una luz que se apaga… Provocan esa apertura, esa comprensión inmediata y sin palabras, esa caída del ego que tratar de atrapar el momento y al atraparlo ya no tiene vida… Es la misma diferencia que hay entre ver una pequeña lechuza marrón claro planear sobre tu cabeza un instante en medio de la noche, o ver una lechuza disecada en la estantería de un bar cutre de carretera. Es la misma diferencia que hay entre practicar zazen y leer sobre el Zen. No es lo mismo.

Y desde este “vaciamiento del yo” podemos interactuar con las circunstancias de la vida de un modo fresco, directo, natural, sea que la circunstancia nos parezca placentera o dolorosa, da igual… respondemos a ella como el mazo golpea la campana grande, acomodándose a la vibración del sonido, sin imponer nuestra idea preconcebida sobre cómo hay que tocar la campana.

El espíritu del valle devuelve el eco del sonido. El maestro viento anda en el cielo. Sin obstáculos y libres… (Wanshi Sogaku Zenji)